Carlos Pagola Correa desarrolla en este artículo el concepto de “cochecentrismo”, en el que el coche es el centro del desarrollo urbano. La movilidad eléctrica combinada con redes de distribución eléctrica inteligentes y energías renovables beneficiaría en gran medida a las ciudades.
“Y sin embargo, se mueve”
Cuenta la leyenda que estas fueron las palabras que Galileo Galilei pronunció, como acto
de rebeldía, tras ser obligado a retractarse de sus teorías heliocentristas y ser condenado a
arresto domiciliario el resto de su vida. La revolución iniciada por Copérnico y refrendada
por Galileo y Kepler, desbanca al hombre y a la Tierra como centro del universo.
Permitidme la analogía para ilustrar el desarrollo de las ciudades desde la aparición del
automóvil. Avenidas con numerosos carriles y vías de servicio, túneles que permiten un
tráfico rodado más fluido, parkings subterráneos, rotondas con sus correspondientes
mordidas y varias autopistas de circunvalación. El coche, para colmo normalmente poco
ocupado, es situado en el centro del desarrollo urbanístico. El “cochecentrismo” acapara todas las miradas, ilusionándonos con una sensación de libertad, utilidad, conveniencia y completa disponibilidad.
En la otra cara de la moneda se sitúan las muertes causadas por las partículas y los gases nocivos, los atascos infumables que desatan las iras de los más estresados y la falta de espacio en las ciudades. Bicicletas con ciclistas con mascarillas, adelantadas por motos que se cuelan por el carril bici que discurre entre el carril bus y los coches que quieren girar a la derecha.
Una ciudad más centrada en sus ciudadanos, respetuosa con su salud, el medio ambiente y
con un uso del espacio inteligente es posible, y debería reclamarse como un derecho.
La receta: movilidad eléctrica como servicio
Saltándome un poco el establishment del momento, en el cual a veces me parece que las
corrientes que defienden una nueva movilidad hacen hincapié, o en la propiedad de los
medios de transporte, o en el tipo de combustible que utilizan, me gustaría reafirmar que
estas dos corrientes no son excluyentes.
La tecnología y la digitalización han hecho posible cuestionarse si tiene sentido poseer un vehículo, como seguramente los lectores hayáis ya escuchado en más de una ocasión. El transporte público y la movilidad compartida , en todas sus formas, ayudan a configurar que la movilidad sea más sostenible, convirtiéndola en un servicio . Un servicio muchísimo más eficiente que la movilidad individual. Ganamos en espacio y reducimos emisiones.
Normalmente escucho también que el centro de la nueva movilidad será el coche eléctrico.
Paradójicamente, el primer coche eléctrico data entre 1832 y 1839, mientras que el
propulsado por motor de combustión interna no aparece hasta 1885.
La primera ventaja de la movilidad eléctrica es que permite desplazar las emisiones
contaminantes de los núcleos urbanos. Incluso si utilizamos combustibles fósiles para
generar la energía que consumen los coches eléctricos, los productos de la combustión no
se estarían emitiendo dentro de las ciudades, sino en lugares alejados de ellas: Así
conseguimos que los gases nocivos no afecten a la mayoría de la población.
Al combinar esto con redes de distribución eléctrica inteligentes y energías renovables el
potencial de reducción de emisiones aumenta considerablemente.
Estas dos corrientes tienen una sinergia total, lo que verdaderamente permite ilusionarsecon la implantación de un sistema conectado, compartido, eléctrico y eficiente. En el cual nos liberamos de las preocupaciones de tener un coche en propiedad, pagamos sólo si nos movemos y contribuimos a que el aire que respiramos sea más limpio.
Urbanismo antropocéntrico
La manera de construir la ciudades en las que vivimos está relacionada con la manera en la
que nos movemos. Y viceversa. Centrar el desarrollo de las infraestructuras en potenciar
medios de transporte más eficientes, en términos de espacio y de consumo de energía, es vital para que la adopción de estas formas de transporte sea lo más extensa posible.
Entramos entonces en un círculo virtuoso: a medida que la ciudad se desarrolla en este
sentido, son más los ciudadanos que optan por olvidarse del coche y los atascos. Y estos
empezarán a reclamar todavía más el desarrollo de estas infraestructuras, convirtiéndose
en una necesidad y no en una alternativa.
En este momento, con la adopción de estas nuevas formas de movilidad, los beneficios
también crecen exponencialmente. Aire limpio, menos ruido y menor dependencia del coche privado. El desarrollo de las diferentes opciones de movilidad como servicio permiten
acortar los tiempos de tránsito y permiten al usuario ahorrar y gestionar el dinero que
emplea en moverse.
Copenhague es un ejemplo claro de esta postura. Esta ciudad presume de ser una de las ciudades de Europa con las menores emisiones de CO2, y esto es gracias a la integración de la bicicleta en el urbanismo de la ciudad. En este caso, al contrario que en muchas otras ciudades del mundo, el coche ocupa un lugar secundario frente a la bicicleta, lo que aporta simplemente calidad de vida a sus ciudadanos.
Abandonar el “cochecentrismo” significa entonces quitarle espacio a los coches para
dárselo a otros medios de transporte. Carriles bici, zonas peatonales, aceras más anchas,
transporte público. El absurdo espacio que ocupa un coche es precisamente su punto más
débil.
Por Carlos Pagola Correa
SOS Movilidad
MSc Industrial Engineering at UPM, Universidad Politécnica de Madrid, Madrid
MSc Double Degree Exchange student, Politecnico di Milano
Artículo muy interesante!! Un enfoque al que deberían acogerse muchas ciudades y núcleos urbanos.
Gracias