En lo esencial, un coche eléctrico se conduce como cualquier automático, aunque hay unas cuantas diferencias a considerar. En primer lugar tenemos la ausencia de cambio de marchas con embrague, siendo este totalmente innecesario, ya que los motores eléctricos pueden aportar fuerza desde parados, los térmicos no.
Desde el amanecer del automóvil de gasolina fue necesario desarrollar un mecanismo que permitiese arrancar desde parado con un motor que gira a un régimen mínimo o se acaba apagando. Y en aquella época los eléctricos que circulaban no necesitaban el tercer pedal ni una palanca de cambios al uso.
De ahí que los motores eléctricos vayan conectados a la transmisión (o reductora) con una sola relación de cambio, y en casos muy concretos, puede haber un par de relaciones. Los dos pedales restantes cumplen la misma función que antes, aunque los conductores expertos pueden sacar más partido al coche usándolos correctamente.
En un coche de combustión no es raro tener que pisar el acelerador a fondo cuando la potencia es modesta o baja, pero en un eléctrico hacer eso implica una gran aceleración y prácticamente en el acto. Un conductor sin experiencia puede verse sorprendido ante la fuerza de un motor eléctrico, sobre todo porque hay no pocos modelos que tienen más de 200 o 300 CV.
En algunos modelos es posible conducir con un solo pedal, dejando el freno exclusivamente para evitar colisiones. Levantando el acelerador se consigue decelerar, pisándolo a la mitad el coche avanza casi por inercia, y pisando más se transmite potencia a los motores. Resulta bastante más cómodo conducir así, aunque hay que hacerse a ello y no tener la tentación de pisar el freno con el pie izquierdo.
En cuanto al pedal del freno, sí, sigue sirviendo para frenar, pero los primeros milímetros de recorrido del pedal sirven para recargar energía a través del motor. En vez de accionar los discos y/o tambores, el motor eléctrico se opone al movimiento para recargar. Cuanto más se pise el pedal, más se opondrá y más recargará, hasta que entren en funcionamiento los frenos convencionales.
Una conducción más cómoda y barata
Por otra parte, hay que acostumbrarse a la ausencia del ralentí. No hay ninguna necesidad de tener el motor girando en vacío. De esta forma, la energía que necesiten la bomba de dirección, aire acondicionado, el alternador para la batería de 12 voltios y demás sistemas auxiliares se toma directamente de la batería.
El conductor de un coche eléctrico tiene que estar más pendiente del consumo de energía, ya que no sobra tanta como en coches convencionales. Mientras que un depósito de 50 litros almacena unos 500 kWh de energía, las baterías de más capacidad del mercado rara vez superan los 100 kWh. Esa diferencia se compensa en parte con la alta eficiencia de los motores eléctricos.
Aunque en los coches convencionales el combustible es caro, y este está sometido a más del 50% en impuestos, suele doler poco perder un 20-30% de autonomía, pero en un coche eléctrico eso es más inconveniente, ya que su autonomía es menor. Por lo tanto, hay que cuidar más la velocidad, las frenadas bruscas o un uso errático del acelerador.
Otro factor que acorta la autonomía es la climatización. Pasa exactamente lo mismo en cualquier coche, porque el aire acondicionado “roba” potencia y la calefacción le quita calor al motor, pero poca gente apaga la climatización en un coche térmico. En un eléctrico desconectarla puede darnos unos 20-30 km de autonomía extra.
En cuanto al uso de baúles de techo, baca, remolque o soporte para bicicletas, su impacto en la autonomía es más apreciable. Como los eléctricos se optimizan a nivel aerodinámico, cualquier “aerofreno” que les pongamos tendrá un impacto importante. Por ejemplo, en algunos modelos remolcar reduce la autonomía a la mitad.
Cierto es que los eléctricos pesan más que los térmicos, pero ese factor no es tan importante como el de la aerodinámica. El peso de los coches importa sobre todo al acelerar y frenar, pero no para mantener velocidades. En cambio, la aerodinámica está mucho más presente y sus efectos en la autonomía son más notables.
Además de lo ya dicho, los conductores tienen que acostumbrarse a la ausencia de ruido y vibraciones. Muchos coches tienen un sonido artificial para facilitar la adaptación de ciertos conductores y para que sean audibles por los peatones, pero en realidad los motores eléctricos son muy silenciosos. Su número de piezas móviles es mínimo y no se producen ni explosiones ni combustiones.
Dicho esto, la mayoría de los conductores se acostumbran de buen grado al silencio y confort de los coches eléctricos. La gran mayoría no se plantea volver a tener un térmico. Por otro lado, aunque el reparto de pesos es mejor en un eléctrico, puntualmente se nota que pesan más (de media), como pasando por juntas de dilatación, resaltos de reducción de velocidad y curvas muy cerradas.
Y aunque las gasolineras se van dejando atrás, una tras otra, hay que estar más pendiente de dónde están los puntos de recarga, qué requisitos tienen para dar acceso, si hay horarios, si cobran al haber terminado la recarga por inactividad, o a qué precio está el kilovatio hora. No se recarga en ningún sitio tan barato como en casa o la plaza de garaje (salvo los puntos de recarga gratuitos) y conviene prestar atención a ese capítulo.
En el caso concreto de los híbridos enchufables, cuando uno se acostumbra al silencio de la conducción eléctrica, se nota de una forma o de otra la puesta en marcha del motor de combustión, aunque se trate de un ronroneo mecánico y que el aislamiento sea de primeras calidades. Y si el motor es diésel, se nota aún más.